martes, 29 de septiembre de 2009

ANDROLOGOS Y SEXOLOGOS ¿LUCHA O ALIANZA?

Entendida la Andrología como una especialidad médica que no tiene reco-
nocimiento como tal en todos los países, pero que comprende la actividad de urólogos,
endocrinólogos y cirujanos plásticos que atienden a los problemas sexuales del varón;
y la Sexología Clínica como una disciplina médica y psicológica que atiende las
disfunciones sexuales de varones y mujeres, se puede plantear la situación de un di-
vorcio casi total entre ambas disciplinas, desde sus inicios.

Tanto el abordaje clínico como terapéutico de ambos suele ser diferente. Los
primeros hacen énfasis en lo biológico del individuo, y los sexólogos clínicos en lo
psicosocial de la pareja. Los andrólogos utilizan fármacos y cirugía, mientras los
sexólogos clínicos aplican técnicas programadas de modificación de la conducta sexual.
La andrología es médica en el sentido clásico y la sexología es interdisciplinaria
entre la medicina y la psicología.

Esto llevó a que los andrólogos organizaran sociedades científicas y eventos
donde afinan conocimientos biomédicos sobre la impotencia masculina, sobre todo. Y
siguen llamando así a la disfunción eréctil. Mientras los sexólogos clínicos integran
equipos que actúan como auxiliares psicoterapéuticos con roles definidos.
Ambos grupos profesionales manejan con destreza y conocimiento de causa
sus propios métodos. Pero ignoran sistemáticamente, y con cierto desprecio, las
metodologías del otro grupo. “La terapia sexual no sirve para nada” dicen unos. “Los
andrólogos son apenas erectólogos”, dicen los otros.

Sin embargo, esta lucha está terminando, para bien. En ciertos países, pocos,
la cooperación de ambos grupos permite que se inviten mutuamente a sus actividades
científicas y, sobre todo, integren equipos terapéuticos para el trabajo con pacientes
privados e institucionales. Se ha comprendido por un grupo de ambos sectores, aun-
que nos falta camino por recorrer todavía, que ninguno de los dos posee todos los
recursos disponibles, y juntos sí se posee lo que el paciente precisa para cada caso.
Por ejemplo, gracias a esta cooperación el caso clínico no es el varón aislado, sino
tratado en el marco de su pareja. No se desprecia la inyección intracavernosa de sus-
tancias vasoactivas sino que se la incorpora al tratamiento en una situación humana,
más integrada, lo que favorece la curación luego que la erección inducida elevó la
autoestima y restauró la confianza en sí mismo y de la pareja.

Se analizan situaciones clínicas diversas en que la alianza de andrólogos y
sexólogos es mucho más eficaz que la tarea sin o contra la tarea unilateral de cual-
quiera de ellos. Los sexólogos deberíamos abrirnos a los conocimientos que aportan
los andrólogos, aunque nos rechine su posible visión reduccionista de los problemas
sexuales. Al fin y al cabo, el psicoanálisis tuvo la misma equivocada posición respecto
de la sexología. No hagamos lo mismo con los andrólogos. Abrámosles las puertas y
golpeemos a las de ellos. Aliémonos, que la ciencia es solo una.

El desarrollo de las neurociencias de los últimos diez años ha revolucionado
el campo del comportamiento humano y sus disciplinas, como la Psiquiatría, la
Neurología, la Psicología, y desde luego, la Sexología. En cada campo son revolucio-
nes diferentes.

El descubrimiento de centenares de neurotransmisores y mediadores, libe-
rados al nivel cerebral y en cada una de las células del organismo, ha permitido cono-
cer un poco más -nunca del todo ni definitivamente- el mecanismo íntimo de produc-
ción de funciones sexuales tales como el deseo sexual y la erección peneana, por
ejemplo.

Cuando se demostró la acción de los péptidos vasoactivos intestinales, sólo
estábamos en los albores de otro descubrimiento más contundente, el de la acción del
óxido nítrico liberado en neuronas, músculo liso y endotelio de los cuerpos caverno-
sos. De allí al descubrimiento del Citrato de Sildenafil (Viagra) solo medió la circuns-
tancia sexual o casual, que la lanzó como la vedette química para el tratamiento sin
pinchazos, sin riesgos de priapismo como el caso de la papaverina, fentolamina y
prostaglandina intracavernosas, y sin riesgos de hipertensión, como en el caso de la
yohimbina.

Se planteó que los andrólogos tal vez se queden sin asunto, después de ago-
tar por cansancio sus extremidades superiores por la expedición de recetas, como
pasó al principio de la salida a la venta del Viagra en EEUU. Y también se quedarían
sin asunto muchos sexólogos de ocasión.

Estas luchas tienen antecedentes y precedentes en la de médicos y psiquia-
tras, psiquiatras y psicólogos, ginecólogos y obstetras, internistas y geriatras, urólogos
y endocrinólogos, reumatólogos y traumatólogos, por contar solo el campo de la
medicina. Pero también luchan entre sí por campos comunes los sociólogos y
antropólogos, asistentes sociales y trabajadores sociales, y otros muchos campos de la
empresa, la informática y las comunicaciones.

Analizaremos brevemente la lucha de los andrólogos y sexólogos. Esta es
una versión personal desde la sexología y por tanto, parte de la verdad. Pero todo
tiene un principio.

El tratamiento científico de la impotencia comenzó con la psicoterapia que
proclamaba que el 90 % de estos cuadros eran psicogénicos y solo el 10 % -sin cura
posible- de causa orgánica. Con el tiempo, los psicoterapeutas se transformaron en
sexólogos clínicos, no sin una ardua lucha y en dos frentes: Primero, al interior de sus
respectivas escuelas psicológicas. En el psicoanálisis la lucha fue muy intensa y sus
maestros ortodoxos pegaron el grito en el cielo por el “reduccionismo” de los sexólogos.
Hasta que Andrè Béjin proclamó el ocaso del psicoanálisis y la aurora de los
sexólogos. Mientras, los desertores del psicoanálisis para afiliarse a la Sexología,
eran borrados –no hubo expulsiones- de la membresía de sus Asociaciones nacionales.

Sin dudas, los terapeutas sexuales aplican técnicas comportamentales y
cognitivo-conductuales, adaptadas de la terapia rápida y pragmática de Masters y
Johnson, lo que implica ser “buenos docentes” en la prescripción de conductas sexua-
les: “manipuladores” según el psicoanálisis. Pero disfunciones como la eyaculación
precoz o la ausencia de control eyaculatorio y el vaginismo, podían revertirse con
técnicas directivas y no con las psicoterapias dinámicas clásicas. Aun la terapia
comportamental que fue la que sufrió menos los embates de la sexología clínica, se
“aggiornó” para abordar las disfunciones sexuales y sus seguidores se apoderaron del
campo. Al descubrir y desarrollar técnicas eficaces, breves y de base científica, ya no
se podía seguir indicando y aplicando -so pena de incompetencia profesional- medi-
das terapéuticas dilatorias. En ese primer frente, la sexología clínica obtuvo un
triunfo resonante.

Pero el segundo frente de lucha de los psicoterapeutas sexuales fue externo,
con los médicos andrólogos, tal como los concebimos para este trabajo, a los que
suman los dermatólogos, viejos encargados de la temática de la sífilis y de las Enfer-
medades Sexualmente Transmisibles y que asumieron también el reciente problema de
la Infección por VIH Sida.

Los urólogos trataban la “impotencia sexual” con testosterona en casi el 100
% de los casos. El “elixir de la sexualidad” como se denominó a la hormona masculi-
na, servía como panacea. Hace apenas una década que se demostró su acción favora-
ble sobre el deseo sexual y una acción indirecta sobre la erección peneana. El mecanis-
mo de acción de la testosterona sobre las erecciones nocturnas nunca fue aclarado,
aunque estudios recientes demostraron que esas erecciones no tienen que ver con el
carácter erótico de los sueños en este periodo REM o MOR.

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