miércoles, 30 de septiembre de 2009

EDUCACION SEXUAL DEL TERAPEUTA SEXUAL

La educación sexual del terapeuta sexual es un tema pertinente para su aná-
lisis en este trabajo. Giraldo Neira dice que el verdadero objetivo de la terapia
sexual no es el arte de curar a los sexualmente enfermos o resolver disfunciones sexuales,
aunque con frecuencia lo haga, y esta es la meta inicial del consultante, sino aumentar
y mejorar la capacidad de goce de la propia sexualidad. Y en ese sentido la educación
sexual es también terapéutica y la terapia sexual es una re-educación sexual o
una educación especial para el placer.

Por eso, la formación del terapeuta sexual no puede reducirse al aprendizaje
de unas técnicas aparentemente sencillas y eficaces. Amén de un vasto conocimiento
en Sexología, que no alcanza, el terapeuta sexual debe abordar el campo de los valo-
res, todos ellos, para comprender su propio sistema de valores en primer lugar, y la
manera en que el mismo influye sobre su trabajo. Y en segundo lugar, el sistema
valorativo de cada paciente y su pareja.

Por eso decimos que no basta la lectura apresurada de dos o tres manua-
les de terapia sexual, por más títulos académicos que se posean, para dedicarse a la
terapia sexual. La historia, las tradiciones y la religión forman la sexosofía de cada
sociedad, de cada uno, de cada cultura.

La llamada reestructuración de las actitudes sexuales que se indica como
necesaria para todos los terapeutas sexuales como experiencia formativa y repetida,
se basa precisamente en la revisión de las maneras como los terapeutas y pacientes
viven su sexualidad, para concientizarse acerca de ellas, confrontarlas si es necesario,
de tal manera que puedan compartir empáticamente con sus pacientes - sin cometer
iatrogenia -, el análisis y resolución de las necesidades, fantasías, culpas y perplejida-
des sexuales, abatiendo prejuicios, moldes rígidos y discriminaciones.

Cuando desde la terapia del comportamiento Costa y Serrat nos proponen el
repertorio de habilidades sociales que un terapeuta de parejas debe poseer, nos con-
vencemos de que el terapeuta sexual debe ser un educador. Veamos cuáles son esas
habilidades:

1. Saber escuchar y conversar;
2. Saber observar;
3. Saber utilizar un vocabulario operativo;
4. Saber sugerir alternativas y negociar;
5. Saber plantear hipótesis;
6. Saber reforzar; y
7. Saber expresar emociones y sentimientos.

Recalcamos este último punto, porque nos hemos habituado al rostro
parkinsoniano del terapeuta clásico, inexpresivo y seco, tenso en la tarea de ocultar
sus sentimientos y emociones.

La educación sexual personalizada que se aplica en la terapia sexual requiere
una formación, capacitación y entrenamiento más exigente, completo y vivencial que
para la que se aplica en otros grupos humanos. Es cierto que las situaciones de consul-
ta personal, fuera de los grupos y cara a cara, individual, pueden darse con frecuencia
en las experiencias de educación sexual dirigida a grupos, pero no con la profundidad
y constancia que se produce en el contacto de la terapia sexual. Durante todo el pro-
ceso, el terapeuta sexual es exigido al máximo por sus consultantes, tanto en cuanto a
su capacitación teórica como clínica, sobre todo sus cualidades educativas, su equili-
brio emocional y su solidez moral.

El contacto cercano con la intimidad del paciente y su pareja, desde la prime-
ra sesión, en que se conversa de manera muy directa sobre los problemas sexuales,
hábitos, orientaciones, preferencias, así como fantasías y valores sexuales, ponen al
terapeuta sexual a un paso del intrusismo torpe y contraproducente, que sólo un mar-
co terapéutico adecuado e integrado puede prevenir del voyeurismo y la curiosidad,
así como de la actuación sexual anti-ética entre terapeuta y paciente.

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