miércoles, 30 de septiembre de 2009

A MODO DE CONCLUSION


Y hay más técnicas. Este trabajo es un esfuerzo de síntesis que ha dejado de
lado jirones de historia que ya no tienen vigencia, pero constituían la verdad indiscutida
hace unos lustros apenas. También sabemos que en menos de una década estos mis-
mos conceptos aquí hilvanados podrán ser obsoletos. Así de dinámica es la Sexología,
como toda ciencia nueva. Deseamos terminar recordando que la Sexología ha logrado
un enorme desarrollo en los últimos veinte años del siglo XX. Y desde el divorcio que
existió inicialmente entre terapeutas y educadores sexuales, y de educadores y planifi-
cadores familiares, luego, pasando por el divorcio entre investigadores, orientadores y
educadores y ahora entre andrólogos y terapeutas sexuales, ha habido un gran movi-
miento de encuentro entre los cultores de estas tres o cuatro especialidades de la
Sexología.

Los planificadores familiares preocupados por la explosión demográfica y el
aborto, saben hoy que deben cerrar filas junto a los terapeutas, educadores y
orientadores sexuales y que no basta colocar dispositivos intrauterinos, esterilizar o
repartir píldoras o preservativos para tener un éxito cabal.

Los terapeutas sexuales improvisados, que llegaron a la sexología por el ata-
jo de una psicoterapia o de una técnica quirúrgica, están comprendiendo que la forma-
ción sexológica y educativa sexual es primordial para el logro de verdaderas reversio-
nes de las disfunciones sexuales de sus consultantes. También los andrólogos deben ir
más allá del síntoma sexual mediante la alianza con los sexólogos.

Los educadores sexuales han comprendido que para iniciar una educación
sexual preventiva de los trastornos sexuales de todo tipo, no basta una buena pedago-
gía o un programa pre-establecido técnica y didácticamente. La sexualidad de los
padres, abuelos y amigos mayores de los alumnos, requiere aun más atención de los
educadores que los propios niños. Y por tanto, los recursos terapéuticos para actuar a
nivel secundario y terciario sobre la sexualidad adulta, están en la sexología clínica.
Todos nos apoyamos, nos necesitamos y nos complementamos.

Los campos estancados, cerrados, celosamente defendidos de presuntos in-
trusos, ya no justifican su existencia. La Sexología ha crecido mucho y quienes se
detienen, se ven expuestos a ser arrastrados por el vigoroso torrente de su desarrollo.

Como en el campo de la psicoterapia, el terapeuta sexual adviene a su condi-
ción a través de un trabajoso proceso de capacitación, formación y acreditación. En
Latinoamérica, la FLASSES ha aprobado en 1996 un Reglamento de Acreditación
de Educadores y Terapeutas Sexuales, muy exigente, pero realista, adaptado a nues-
tras realidades, que se lo debemos a estudiosos como Mirta Granero y Fernando Bianco.
Los consultantes deberían poseer el derecho de exigir que los sexólogos clínicos que
los atienden estén debidamente acreditados.

La tarea de la terapia sexual, como campo de la Sexología clínica, ha de ser
necesariamente variada, múltiple y rica, pero toda ella signada por denominadores
comunes, tales como son su objeto y su deontología. El Código de Etica que rige
para los sexólogos tanto afiliados a la FLASSES como a la WAS, los órganos rectores
de la disciplina en Latinoamérica y el resto del mundo, fue aprobado también en 1996
en Montevideo y en 1997 en Valencia, España, respectivamente, por Asambleas que
recogieron la valiosa labor de Maria Luisa Lerer.

Las metodologías habrán de madurar y fraguar en moldes disímiles, en la
misma medida en que los cultores de este arte terapéutico provengan de tan diferentes
campos de formación profesional: médicos psiquiatras, urólogos, endocrinólogos, ci-
rujanos, fisiólogos, proctólogos, venereólogos, etcétera, así como psicólogos clínicos
de diferentes instrumentaciones psicoterapéuticas. De allí la propuesta de un trabajo
interdisciplinario, pero bajo la dirección de un sexólogo clínico que posea una visión
integradora, sistémica, holística, semiótica, según quiera verse.

Recordamos que cuando en 1975 terminábamos de escribir nuestra mono-
grafía de postgrado sobre Impotencia Sexual, estábamos muy influenciados por
el psicoanálisis, que era la única escuela admitida en la Universidad. Y leyendo a
Masters y Johnson nos preguntábamos cuándo aparecería, en el colmo de la superfi-
cialidad, los tratamientos sexuales para los homosexuales. No solo publicaron –ya lo
habían hecho en inglés y lo ignorábamos por ese entonces- su monumental “Homose-
xualidad en perspectiva”, donde plantearon lisa y llanamente que los homosexua-
les de ambos sexos debían ser tratados con idénticas técnicas de la tarepia sexual que
los heterosexuales. Hace lustros que ello nos parece natural en Sexología. Hoy, lo
propios “sex offenders” o agresores sexuales, son tratados con técnicas específicas
que Coleman y sus colaboradores nos las presentan en detalle.

Y mientras miremos todos juntos en la misma dirección, hallaremos la verdad
con seguridad, en este camino interminable, cambiante y dinámico -por suerte- de
lograr el alivio para el sufrimiento sexual y propiciar, como demiurgos de un futuro
mejor, la unión de las personas a través del placer al fin liberado. Esta es la situación
de las disfunciones y terapias sexuales en el 2000.

No hay comentarios:

Publicar un comentario